Ministerio de Educación, Cultura y DeporteInstituto Nacional de Tecnologías Educativas y de Formación del Profesorado

Julio Verne 1828-1905

A los 100 años de su muerte

El secreto de Wilhelm Storitz

 

2. Myra Roderich

A la salida del barco, ya en Ragz, oye una voz que dice en alemán: «Si Marc Vidal se casa con Myra Roderich, ¡que la desgracia acompañe a uno y a otra!». Era una voz que sonó clara a su espalda, pero no había nadie que hubiera podido pronunciarla.

Henry conoce a la familia de Myra, presentada por su hermano Marc: al capitán Haralan, hermano de Myra, a su madre y a su padre, el doctor Roderich, y a la propia Myra.

Myra Roderich

¿Qué decir de Myra Roderich? Se acercó a mí, sonriente, con las manos, o mejor dicho, con los brazos abiertos. Sí, en efecto era una hermana lo que iba a encontrar en aquella muchacha, una hermana que me abrazó y a quien abracé sin ceremonias. Tengo razones para creer que Marc no pudo evitar sentir envidia al vernos.

―¡Vaya, yo aún no he llegado a ese punto! ―exclamó suspirando.
―Porque usted no es mi hermano ―aclaró con simpatía mi futura cuñada.

La señorita Roderich era como me la había descrito Marc, tal y como se representaba en la pintura que acababa de contemplar: una joven alegre y afable con un rostro encantador coronado con una elegante cabellera rubia, unos hermosos ojos azules que rebosaban vitalidad, la tez cálida que tanto distingue a los húngaros, la boca de un contorno preciso, unos labios rosados que al abrirse descubrían la blancura resplandeciente de sus dientes.

Alta y de paso elegante, Myra era la gracia en persona, la distinción perfecta, sin amaneramiento o afectación. Si de los retratos de Marc se comentaba que parecían más reales que sus modelos, ¡con mayor propiedad se podría decir que la señorita Roderich era más natural que la misma naturaleza!

Al igual que su madre, Myra Roderich vestía un traje magiar: blusa cerrada hasta el cuello, mangas con bordados en los puños, corpiño adornado con trencillas de metal, cintura ceñida con un lazo fileteado de oro, falda con vuelo hasta los tobillos, borceguíes de cuero cobrizo... En definitiva, un agradable conjunto al que hasta el gusto más delicado no encontraría nada que objetar.

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Traducción de María Esnoz (coordinadora de "Julio Verne 1828-1905. A los cien años de su muerte").

Texto acortado
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